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DEJA QUE ME PIERDA UN TIEMPO

Por Abel Abril

 

Chiqui era según los vecinos del Cercado, un escurridiso e indeseado del barrio, aquel canino despreciado y señalado con el dedo despectivo de la indiferencia.

Pero eso parecía importarle poco a Janina, su fiel compañera quien no tuvo reparos en ayudarlo hace tres años cuando  lo encontró tirado en plena Carretera Central y temblando producto del veneno que probó inocentemente.

 

“Meche” como le dicen siempre, realizó el berrinche de su vida para obligar a su papá a que  lo recoga y lleve al veterinario, la simple salida cotidiana se transformó en una lucha sabatina por salvar la vida del can, por salvar a un desconocido como decían los dos mientras esperaban el resultado final dentro del humilde local veterinario que pudieron llegar.

 

Un cierto dolor de pecho brotaba dentro de ella, y un cierto dolor de bolsillo transcurría en la mente de Hector, su padre. Chiquii, quien todavía ni tenía el nombre, pesaba solo cuatro kilos; sin tener en cuenta que las proximas semanas bajaría de peso por el rechazo a los alimentos que aun conservaba consecuencia de las pastillas, del suero, y de estar al borde de la muerte.

 

Chiqui sería su nombre, nació por el gusto hacia el cantante Chiqui Calderón, a Hector le fascinaba escucharlo. Janina no era muy partidaria de ello, pero aceptó para evitar que su papá opte por no recibir a su nuevo compañero peludo y de cuatro patas con uñas largas.

 

La segunda semana de diciembre, el perro con nombre de gaseosa pequeña, decidió por fin dar los primeros pasos con el objeto de defecar en algún lado de la arena, él todavía mantenía las diarreas, aquellas que representaban una hecatombe al momento de ser limpiadas por Hector, quien renegaba de forma insaciable, pero al fin y al cabo siempre terminaba limpiando las necesidades de Chiqui – es el mismo cuento de siempre, decía Meche – las condiciones dentro del hogar al cual el perro llegó, eran preocupantes, la economía de casa no era la apropiada para criarlo.

 

Cuando logró recuperar su performance y  astucia, el mercado local fue su centro de robos alimenticios, donde ya se había ganado el cariño y a la vez el desprecio de algunos comerciantes.

Lamentablemente, estos últimos vivían cerca a Chiqui, y era  lógico las muestras de rechazo a este animal, quien era el terror de los puestos de menudencia.

 

Los días de verano, Meche procuraba pasar el mayor tiempo posible con él, ya era un perro adulto se podría decir, aunque su apariencia decía lo contrario. En casa, encontraban gracioso la expresión que tenía su rostro: los dientes siempre sobresalidos, los ojos cubiertos de pelo, la mugre y el polvo en su cuerpo como una armadura que decía “así me bañes mil veces igual buscaré ensuciarme” formaba parte de la descripción de Chiqui, que ya iba por completar el cuarto año viviendo a costa de las constantes llamadas de atención de Hector, y sus continuas caricias de arrepentenimiento – “disculpame, disculpame” – era la única palabra que repetía este señor con él,  después de gritarle por alguna travesura casual.

 

El problema comenzaba en otoño e invierno, Janina tenía colegio, y no había quien se quedase con Chiqui, y lo más importante: alguien que pueda impedir su escape al mercado a usmear los puestos de carne de los vecinos que lo tenían como ser “no grato”.

 

Así mismo, el frío azotador era motivo para disminuir el aseo del travieso, su aspecto de “loco” aumentaba por el revolcón matutino que se tiraba diaramente en plena llovizna y tierra dentro de esta humeda ciudad.

 

Dejar la casa totalmente cerrada, era la única opción para evitar sus escapes y por qué no, evitar que se pierda.

 

Chiqui, no es la clase de perros agraciados que inspira ternura, es más; de noche uno podría confundirlo con cualquier tipo de animal, menos por lo que es. Los apodos llegaban desde los rincones menos esperados del barrio, por sus dientes: “Drácula”, “Chubaca”, “Criter”; etc. “Esos dientes” “ese osiquito” formaba parte de su catalogo de adjetivos que llevaba a cualquier parte.

Todo parecía andar bien, las fiestas patrias brindaban un respiro a Meche, quien tomaba con placer el hecho de pasar los quince días con él, sería imposibile explicar si Chiquii pensaba los mismo, puesto que su rostro era estático y monoexpresivo. Pero llegó Octubre, mes morado; sería un mes de devoción inmensa y también de pena. Las devociones nacen por algún factor de perdida sufrido, pienso ahora.

 

Desde hace varios días Chiqui había adoptado la costumbre de trepar el balcón y dirigirse a donde su olfato carnivoro lo mande: comer y regresar exactamente antes del mediodia. El ya sabía perfectamente como evitar a los vecinos del mercado que eran victimas de sus robos alimenticios, lo tenía todo calculado.

 

La mañana de ese día, no sería así.

 

El señor Hector viajó de emergencia, Meche salía más temprano que  costumbre, y Chiqui; el único que quedaba en casa, salió fiel a su costumbre esperando volver al mediodia para esperar con sus ladridos y sacudida de cola, su ritual de recibimiento, a Meche.

 

Chiqui nunca regresó. Meche llegó a su casa y no lo encontró, una deseperación tremenda la invadió, comenzó a llorar, a granputear vecinos señalandolos de culpables. Hector llegó dos días después, no sabía como consolar a su hija, menos a quien culpar.

 

Algunos señalaron que seguro se perdió en la procesión que abarrotaba las calles del Centro Histórico, otros que fue atrás de una labradora que se encontraba en celo y era perseguida por toda una jauría hasta la Vía Expresa de Grau, nadie supo la verdad, nada volvió a ser igual para Meche quien aún conserva las esperanzas de su retorno o poder econtrarlo.

 

Ahora quien bajó varios kilos era ella, producto de las pastillas para la ansiedad que le quitaban el apetito consecuencia de la depresión. Su papá recordaba mucho a Chiqui mientras atendía a su hija, pensó por un momento que ahora Meche padecía de manera similar a Chiqui el año que fue rescatado de la muerte.

 

“Ya pasaron dos meses y sigo conservando la esperanza de que volverás, no sé donde estés, pero quien lee esto por favor comunicarse conmigo al imbox urgente, no doy recompensas, pero él no es un perro, es mi familia” escribía Meche en su estado de cuenta de Facebook mientras adjuntaba un aviso de “SE BUSCA”.

 

Mientras tanto, Hector escucha en el trabajo la canción “Desde aquí”, ya no piensa en Chiqui Calderón. Ahora piensa en “Chiqui”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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