NUESTRO HOGAR SIN PARADERO EXACTO
- Diego Quispe Sanchez
- 6 jul 2015
- 2 Min. de lectura

Por Abel Abril
Existe un espíritu nómada escondido en nuestros corazones y por otra parte, un personaje avergonzado que se revela mediante su introversión y miedos a no dejar de lado lo formal por romper prototipos. Ese mismo que nos genera temor, y al pasar los días, los años y quizá toda nuestra vida entera: arrepentimiento.
Porque hay momentos, más que únicos, divinos, esos que nos atora el pecho; donde renegamos por estar lejos de casa, cuando extrañamos las viejas costumbre hogareñas.
Somos un conjunto de necesidades, pero más que ello, no rogamos lo necesario; sino lo que nos permite mantenernos en estado de confort. Los desayunos prematuros, los almuerzos con siesta después del mismo, el protocolo de no tocar los alimentos al momento de comer, el ritual de cambiarnos de ropa para dormir, la forma de sentarnos; las cantidades de veces que accedemos a un baño, vernos al espejo, ver televisión y más tecnología que nos aborda. ¿Qué dispuestos estamos a perder todo ello por ser libres?
Libertad proviene de libre, del latín liber que significa crecer. ¿Tú creces manteniendo los estados monótonos ultraconservadores?
Epicuro de Samos en vida, indicaba que solo necesitaba tres cosas para vivir. Primero un manto, con el cual taparse; segundo, un plato en el cual poner sus alimentos y por último, un palo, para poder sostenerse. Con aquellas tres cosas él sintió ser dueño del universo, porque mientras la aristocracia griega era dueña de sus fortunas materiales, él tenía a su disposición la naturaleza entera y por ende, juzgaba la prisión en la cual estaban encerrados los griegos pudientes al ser encadenados de sus propios bienes y perderse la verdadera riqueza del mundo. Epicuro era libre.
De pronto, no soy Epicuro, él defecaba en la calle, yo no. Yo no cargaba una manta, pero si una mochila. Yo no portaba un recipiente para poner mis alimentos, pero los remplazaba por latas de atún. Yo caminaba sin ninguna palo de soporte porque tenía a “Y” que es mi sostén y no permite caerme. No fui libre a priori como él, pero al menos por un fin de semana me olvidé del mundo o mejor aún, me fui creando uno, y muy agradable.
No creo ser dueño del mundo, menos de la naturaleza, pero sí de mi destino. El destino que elegí por casi 72 horas, en las cuales mi cama perfecta era un bus con fama de asesino; mi cuarto perfecto, una carpa llena de arena por maldad de mis amigos y mi manjar de merienda, los panes de la mañana; y mi familia nómada, un conjunto de locos que son receptores de mi aprecio, así mismo, de mi gran respeto.
Desconozco si existirá repetición alguna, pero mis pies aún palpitan nuevos horizontes junto a mi alma liber.
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