POR LOS AGOSTOS QUE VENDRÁN...
- Diego Quispe Sanchez
- 31 ago 2015
- 4 Min. de lectura

Por Abel Abril
No podía terminar este mes sin ponerme de pie, no solo para sacarte al parque y caminar juntos, sino para aplaudir esa épica lucha que emprendiste el año pasado en las aulas de la Facultad de Veterinaria de la UNMSM. Yo no podré coger tu mano, pero sostengo la correa que lleva tu cintura cubierta con tus ondulados cabellos blancos.
Siempre estarás sujeta a mi mano para protegerte de la calle, calle a la cual nunca pudiste acostumbrarte por el espíritu hogareño que tienes desde que llegaste aquel Diciembre del 2009 a mi hogar.
Desde esa Navidad donde una oveja con lazo y colmillos, ese peluche de cuatro patas y habilidad de ladrido que entro al segundo piso de mi casa y se dirigió al horno producto del olor del pavo. Ese ser canino que despertó la ternura de una familia con fama de tener a unos padres carecedores de sentimientos hacia los animales.
Porque este mes representa una lucha que hace meritos a todos los momentos que tú y yo pasamos, a los juegos, los golpes, las regañadas por defenderte y no permitir que duermas en el tercer piso. Las constantes visitas al veterinario para mantenerte limpia, pulcra y apreciar tu caminata estilo caballo de paso mientras cruzábamos la pista en pleno atardecer.
Aun recuerdo ese domingo por la tarde donde mi padre cortaba tus cabellos y llevado por la curiosidad de explorar tu cuerpo con pecas, descubrió un grano en forma de cráter y lleno de sangre debajo de tu mandíbula. Esa herida que despertaría otras más, pero no en tu cuerpo, sino en mi pecho durante las siguientes semanas de enfrentamiento con la enfermedad que el médico daría por diagnóstico.
Ella es Cielo, una noble poodle, una veterana a quien le descubrieron cáncer el año pasado, un tumor maligno con nombre científico de Melanoma, un tejido sin cura. La enfermedad que trajo consigo días donde me aguantaba las lágrimas por vergüenza de ser observado. A pesar que tú eres el único ser que al llorar se apoya en mis piernas escondiéndose en mis brazos, lo cual representa para mí una agradable muestra de cariño. Tuve que abstenerme de sentimentalismo para enfrentar el momento.
El único ser calificado de irracional, pero que su mejor forma de romperme el alma es mirándome de frente con esos ojos negros, grandes parecidos a dos aceitunas.
Porque cuando el doctor te diagnosticó cáncer mis latidos se aceleraron por penumbra. Desde que tuve que ingresar contigo a que te realicen el análisis de sangre y biopsia. Nunca podré olvidarlo, no se quitara de mi mente las agujas introducidas en tu vejiga con el objetivo de extraer orina para tus exámenes.
Así comienza la batalla de Cielo, ella no teme al cáncer, no siente terror por una operación, no huye de la quimioterapia. Para esta mujer canina no existe el miedo aunque la oncóloga le manifieste que la única solución con algunas probabilidades de cura, es cortarle la mandíbula desde los dientes caninos hacia adelante con el fin de extirpar el tumor.
En enfrentamiento entre ella y el cáncer se inició el 18 de Agosto del 2014, fue cuando sentí cerca la perdida de alguien que comparte tu techo contigo todos los días, el ser que abrazas y le hablas a pesar que no te responde con palabras, salvo sus ladridos.
Los días siguientes del diagnóstico fueron invadidos por el silencio, una familia muda, y yo un espectro que caminaba por las mañanas en la Avenida Circunvalación con el fin de comprar las medicinas de Cielo, un cuerpo que deambula y que piensa sobre alguna solución, pero que aún sabe que es imposible.
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El último sábado de ese mes, fue la visita final de Cielo a San Marcos. Era el día decisivo para ella, para mí, para mis padres y hermanos, y para quienes aún le conservan afecto. No se borra aún esas imágenes opacas de mi mente donde la enfermera nos recibe y la ubican de espaldas mirándome para tocar el tumor, que cada día está más abierto, rojo y grande. Yo mantengo el silencio, mi padre mantiene la serenidad. Sin embargo, los dos nos pudrimos de nervios por conocer la fecha de operación. Aún desconocíamos en qué consistiría ello.
La solución era un corte de mandíbula, la explicación del cirujano fue recibida como un cataclismo por el corazón de mi papá. Sus más de cincuenta años lo han vuelto un hombre más sensible; y con Cielo, un mejor ser humano. No importaba el dinero, no importaba estar todo el día esperando los resultados.
La predicción del momento fue la más pesimista, no permitiría que nadie la opere, la conozco y dentro de mí sé que ella tampoco lo deseaba. La decisión fue dura, pero fue por Cielo: Solo esperar.
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Cuanto ha pasado el tiempo, y recuerdo mediante este texto lo sucedido hace doce meses, quiero disculparme por mi ingratitud de estas semanas, por mi ausencia producto de mis labores. Puedes decir mediante tus ladridos que soy un olvidadizo de mierda, un repugnante dueño que te descuidó estas semanas donde redujo la cantidad de caricias por el cansancio que lo agobia.
Pero hoy salí contigo, solo los dos. El tumor que colgaba de tus labios ha desaparecido, las penas y lágrimas que predecían tus desgracias también, el rumor familiar de la eutanasia nos prosperó, y la locura de operarte quedó enterrada.
Gracias por seguir aquí conmigo Cielo.
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